FERIA DE MATADEROS: EMPANADAS, GUITARRA Y VINO
Cuando en 1884 una histórica inundación anegó los mataderos que se instalaban en el actual Parque de los Patricios, éstos se mudaron al extremo oeste de la ciudad; allí donde el Riachuelo no alcanzara con sus patéticos desbordes. Se pensó en una zona donde el campo y la ciudad lindaran: las actuales avenidas Lisandro de la Torre y la de los Corrales fueron las elegidas. Era una zona de campos que perteneció a Bernardo Terrero y Joaquín Rivadavia y allí se abrió el “camino de los mataderos” que luego se llamó Charles Tellier en honor al inventor del sistema de enfriamiento de la carne. Pronto, el protagonismo del gran político santafesino Lisandro de la Torre en su debate de las carnes, a mediado de los ’30, fue motivo de que el camino hacia el lugar llevara su nombre.
Fue en esa calle donde se instaló la primera fonda y almacén. Allí se conocían los matarifes, y los trabajadores de la carne que acudían a comer y beber, justamente a aquel Almacén de Campo. Los “guapos” provocaban riñas, algunas con finales trágicos y la gente no tardó en llamar el lugar “Nueva Chicago”. Hoy el club que lleva ese nombre se instala en ese barrio, escenario histórico del devenir callejero de vacas y caballos donde la banda de Baigorria delinquía, robando de los tachos en los que se tiraban los restos de la faena. Era la “mucanga” robada y luego vendida para la fabricación de jabón, por jóvenes que abandonaban sus estudios para delinquir. “Los mucaneros” siguieron su camino robando caballos, vacas y ovejas que vagaban por los baldíos y hacían desaparecer los tachos, una vez robados los cueros que también vendían.
El Bar Oviedo
Aquel viejo almacén le ganó al tiempo: se llamó el “Bar del Francés”, en honor a Dufaur, por entonces su dueño; luego, “Bar de los payadores” porque éstos se apersonaban a cantar, beber y comer en el lugar, dejando sus caballos atados a los palenques apostados de uno y otro lado de la calle. Finalmente tomó el nombre de Bar Oviedo, como actualmente se llama. Es frecuentado por las mañanas por quienes se relacionan con el mercado y por las tardes por su habitúes, todos aficionados al billar que se conserva desde 1920, cuando fue importado desde Estados Unidos. Peleas, trueques, negocios, política hicieron la historia de este bar, hoy considerado uno de los 50 bares notables de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Atrás quedaron los facones y cuchillos desenvainados por los trabajadores de los mataderos circundantes. Hoy se venden empanadas de carne cortada a cuchillo y chorizos caseros en panes crocantes y criollos. Los payadores tiene su continuidad en la tarea de Tito Ruso, 67, quien cuenta historias, guitarrea y canta para disfrute de los visitantes: “Hace 40 años, cuando dejé el fútbol en el Toluca de México, contratado por un amigo que me brindó esa oportunidad, recalé en este bar. Fue siguiendo a la rubia más linda de Mataderos. Ella quedó en el camino y yo seguí cantando en el Oviedo”, memora Tito.
La Recova
No es el único bar que se luce en la zona. Está la fonda de doña Battistina que así se llamaba su antigua dueña y por muchos años se conoció como “La Fonda de la Viuda”. Había otra que se comió el tiempo, “la del Medio”, que estaba precisamente en el centro donde actuaban artistas y se vendían los churrascos más jugosos de la ciudad. Hay mucha oferta gastronómica en el lugar, toda de buena calidad y a la usanza criolla. “Voy a comer allí mi asado jugoso cuando los domingos, en la conocida Feria de Mataderos, se corren las cuadreras o las carreras de sortijas y las mesas y sillas se sacan a la vereda. Desde allí, contemplo de cerca el espectáculo criollo que me fascina” dice Elda Canzani viuda del poeta Ariel Canzani, oriundos los dos del barrio de Mataderos.
Rodeado de tipas de asombrosa frondosidad, el paseo cerca el viejo edificio del Mercado Nacional de Hacienda. Ya no se ofrece mucanga por las calles y los cuchillos y facones se instalaron en los puestos artesanales donde se venden ponchos, mates, bombillas y los plateros muestran orgullosos sus manualidades que suelen llegar a costar un dineral. En el cuerpo principal hay una torre con un reloj, de 20 metros de altura y en el centro funciona el museo de franco estilo italiano.
Museo Criollo de los Corrales
Elementos, prendas y objetos gauchescos, donados a la administración del mercado que deseaba la realización de un museo, fueron la base que sustentó el proyecto. Se inauguró en 1964, pronto se amplió y hoy exhibe carretas, un aljibe, platería, cuadros, un horno de barro y una maqueta colosal que semeja una pulpería. Está abierto los domingos de 12 a 18,30 y durante la semana lo visitan los alumnos de las escuelas, para lo que hay que solicitar turnos.
Obra del escultor Emilio Sarguinet, especialista en figuras de animales, se encuentra frente al museo la figura de El Resero.
La estatua adelanta una mano y una pata del mismo lado del animal, como lo hacen los caballos criollos a quienes se adiestra de este modo para que caminen con suavidad. No sea cosa que el resero se quede dormido y se caiga. Los chicos del barrio solían subirse a este caballito criollo que sostiene al resero y las autoridades, en 1995, dijeron basta y lo enrejaron.
La Feria de Mataderos
Se instala los domingos desde temprano delante de la Recova y entre las avenidas Lisandro de la Torre y de los Corrales. Todo el lugar se transforma en una feria de campo que difunde las costumbres criollas.
Es una tradición que comenzó en 1986, que perdura y es hoy visitada por extranjeros y argentinos adictos a lo nacional. Rodeando el monumento al Resero, los puestos de artesanías tradicionales ofrecen plata, madera, tejidos, cerámicas. Hay otros, de comidas regionales tales como tamales y locro pero lo que más sale “Son las empanadas y las tortas fritas”, explica Eva Galera, una de las cocineras. “Vendemos también dulce de leche, pan casero y con chicharrón. Y no nos podemos quejar”, sintetiza.
Hay festivales artísticos de música y danzas populares, y suele armarse una milonga de aquellas, las noches cuando las estrellas rotundas ponen techo a la noche porteña. No faltan las destrezas criollas, esas que ve Elda Canzani. “A ver… jineteadas, y carreras de sortijas son las más entretenidas”, explica. Y añade que sus nietos participan felices de las carreras de embolsados, juegan al sapo o suben al palo enjabonado.
En verano, la feria funciona los sábados por la noche y el resto del año, los domingos de 11.00 a 20.00. Una forma feliz de pasar una noche, o todo un día sin pagarle la entrada a nadie, escuchando guitarras cantoras o los cuentos de Tito que suelen ser de lo más divertidos.
Vilma Lilia Osella
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vilmaosella@gmail.com
jueves, 16 de agosto de 2007
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