lunes, 27 de septiembre de 2010

"De Ángeles y Arcángeles" , poemario de Vilma Lilia Osella

Introducción

¿Qué ruidos íntimos, que golpes de desconcierto, qué sensaciones, impresiones y pensamientos me llevaron a escribir estos versos dedicados a los Ángeles y los Arcángeles?
Hablar de la cruz es un tema cotidiano: la vivo, la llevo con alegría (mi abuela decía “Todos tenemos una cruz. Hay quien la lleva llorando y hay quien la lleva cantando”). Me inclino a la segunda acepción, prefiero cantar a Dios por todo, como decía Juliana de Norwich “Todo es para bien y todo es para bien y todo tipo de cosa es para bien”. Así acepté la vida como vino, la sufrí con dignidad pero siempre le canté loas porque nada es mejor que la vida y la libertad. Por eso, la cruz ya está escrita diariamente, el buceo es ceñido; y un camino con significantes vitales me vincula al amor, a la amistad. Y a lo religioso.

Los Ángeles y Arcángeles aparecieron en mis sueños. Vi su luz y el sol en el pecho como digo en algún poema y se convirtieron en mis cómplices de noches especiales y madrugadas en verso. Así, me asomé a ese mundo celestial en el que creo y espero y lo fui transitando sin miedo, más bien con deleite. Ellos disipaban mis tormentas internas en el insomnio y la madrugada silenciosa. No me inspiré en ellos: fueron ellos los que me condujeron a leer pasajes bíblicos, a investigar personajes que visitaron alguna vez, a sondear en libros místicos. Era un juego delicioso: los percibía, raíces y colores componían un jardín celestial que me encantaba y me instalaba en él para romper el blanco del papel y atravesarlo. Fue un viaje que me enseñó cómo anclar en arenas blandas el dolor y las máscaras. Y disfrutar de susurros, hacer que la vida sea cierta.

Aquí están. Los ofrezco a mi esposo y compañero, mi nuera, mi nieto, mis sobrinos y sobrinos nietos y a mis amigos, sobre todo a Carlos Laurans, poeta santafecino que siempre me envía un viento fresco, ese soplo que aquieta y contiene. Producto de cavilaciones profundas, investigación, ternura, sensaciones y fe, he navegado las aguas de ese mar de Amor y me elevé a los cielos para tutearme con seres celestiales que dan por tierra con padeceres. Aposté a la esperanza. Y trabajé para Dios y el séquito que lo acompaña en esa comarca no precisa que se parece a un sueño pero no lo es. Después de todo Tejada Gómez decía: “Sólo el sueño es cierto”.
Vaya un especial agradecimiento a mis hermanos de la Editorial Convivencias con Dios, a Yolanda Lourenço, religiosa y amiga, que ofreció sus conocimientos para completar lo parcial, a Jorge Rigueiro García, amigo e historiador que me llevó de la mano por el arte. Y al padre Alberto Ibáñez Padilla que protegió mi sentir y aportó el soporte que da un verdadero padre: hizo posible que esto que surgió de mi inspiración, sea un libro abierto a todos.
Vilma Lilia Osella

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